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¿UN SATELITE PARA CHILE? ELEMENTOS PARA UN ANALISIS GEOPOLITICO

 

 

La prensa ha puesto  muy recientemente en el tapete de la actualidad, la eventual adquisición por el Estado de Chile de una plataforma satelital destinada a usos civiles y militares.   Ninguna consideración de orden político o económico, que por cierto son relevantes (incluso en un momento en que parecemos como país dudar qué hacer con esta lotería súbita que nos estamos ganando por un breve tiempo), nos debiera hacer perder de vista la importancia geopolítica y estratégica que una tal adquisición pudiera implicar para nuestro desarrollo futuro como nación.

 

Cinco son a nuestro juicio, entre otros, los criterios técnicos básicos que han de considerarse a la hora de determinar el tipo de satélite que Chile puede necesitar: versatilidad (en términos de la diversidad de usos que se le puede dar), precisión (en cuanto a la calidad y exactitud de la información que proporciona), maniobrabilidad (en cuanto a su despliegue respecto del territorio nacional), autonomía (en cuanto al control y gestión de su utilización y mantenimiento) y disponibilidad (en cuanto al tiempo de su uso).   Una plataforma satelital propiamente chilena, debiera entonces permitir que no solo tenga usos civiles y militares evidentemente necesarios cada uno de ellos en su ámbito, sino que esos usos debieran ser intercambiables entre sí, habida consideración del rango de flexibilidad que requiere su uso y de la naturaleza fluída e incierta del entorno internacional en el que estamos insertos.  

 

Pero lo esencial aquí toca a una cuestión de soberanía nacional, incluso de soberanía nacional en un contexto de globalización  y mundialización crecientes: si Chile dispone hoy de los recursos financieros, técnicos y de capital humano suficientes y necesarios para disponer de un satélite propio, entonces este país debiera avanzar en su infraestructura hacia uno y eventualmente varios aparatos en el futuro.   Chile como Estado cuya posición geográfica extrovertida respecto de los grandes centros mundiales de la información y del poder, lo coloca en una situación de creciente interdependencia, puede y debe disponer de un satélite que le permita profundizar en el conocimiento de su propio territorio en vistas de sus perspectivas de desarrollo futuro.   La extensión, diversidad y accesibilidad del territorio nacional (no solo continental e insular, sino también oceánico y antártico), nos impone como nación un conjunto de desafíos geopolíticos y geoestratégicos que deben ser tomados en cuenta y sopesados por la autoridad política encargada de decidir: para una nación bioceánica y tricontinental como Chile, cuyos vértices territoriales alcanzan desde isla de Pascua a los territorios antárticos, desde el desierto nortino al Cabo de Hornos y el mar de Drake, desde la línea cordillerana hasta un extenso litoral y la profundidades del Pacífico, y que presenta un conjunto de fortalezas económicas y debilidades demográficas en términos de fronteras interiores y de fragilidades energéticas por sus fuentes y líneas de suministro, una plataforma satelital (y porqué no varias plataformas en un futuro de más largo plazo), debieran constituirse en un marco referencial insoslayable.

 

Aún así, nadie puede dudar que para tener un satélite nuestro, se supone que antes debemos tener un proyecto país que defina qué somos, qué queremos hacer de nuestro presente y nuestro futuro y que determine cómo vamos a utilizarlo, cómo vamos a administrarlo y cómo vamos a adquirir gradualmente la expertise y la capacidad técnico-humana para que lleguemos en un futuro a construir nuestra propia plataforma satelital.  Es decir, debemos ver un satélite no solo como un aparato para ciertos usos, sino como un buen y oportuno punto de partida para el desarrollo y la investigación que nos lleve a constituir nuestra propia industria espacial nacional. 

 

Conceptualmente y geopolíticamente, un satélite chileno constituye hoy en los inicios del siglo XXI, una manifestación explícita de la afirmación de la soberanía nacional, precisamente porque nuestro país, nuestra diplomacia y nuestra economía se integran crecientemente en un orden global.   Aquí la noción de soberanía nacional y sus realidades ineludibles no se oponen a la globalización como tendencia mundial en curso; por el contrario, la integra como un dato esencial y la utiliza en función de los intereses nacionales.  Y es del interés nacional de Chile  y del realismo político y estratégico más elemental, el que nuestro país se oriente hacia el máximo de autonomía informacional posible en un mundo incierto donde todos los actores nacionales y estatales -cualquiera sea su lugar en la jerarquía de las potencias- se guían permanentemente por sus intereses nacionales básicos.

 

Un cambio de escala y de perspectiva geopolítica

 

Como se sabe, la globalización puede ser definida al mismo tiempo, como una tendencia profunda y creciente hacia la apertura y mundialización de los intercambios y los flujos de bienes y servicios, un cambio de escala expansivo en el complejo juego de las relaciones entre los actores internacionales y regionales y una ideología que se autoreproduce y autojustifica.   Desde este punto de vista, el aspecto que nos debe interesar mayormente es el cambio de escala territorial al que la globalización nos induce.  En el antiguo orden mundial -multipolar del siglo XIX o bipolar del siglo XX- siempre percibimos a Chile como una nación subdesarrollada y dependiente situada en una posición periférica respecto de los grandes centros y potencias dominantes.  

 

La escala en la que se producen los cambios en nuestro sistema-planeta es hoy múltiple, acelerada y compleja.   Asistimos a una creciente interrelación entre las escalas micro y las escalas macro, entre las escalas nacional, regional y local, entre las escalas continental y mundial, entre la localización y la deslocalización, entre la territorialización de los procesos y la desterritorialización de los intercambios, y entre todas ellas dando forma a una malla cada vez más compleja de interrelaciones en que las fronteras y las soberanías parecen sobrepasadas, pero donde también estas realidades se cristalizan e interpenetran.

 

Pero además de un cambio de escala, se nos impone un cambio de perspectiva geopolítica.

 

Hoy desde una óptica geopolítica moderna, no tenemos porqué seguir considerando que "el norte está arriba y el sur está abajo" como nos lo muestra la cartografía tradicional.  Hoy como nación y como Estado en los inicios del siglo XXI, tenemos la posibilidad de "invertir la carta" y ver desde aquí arriba, desde el Sur, hacia allá abajo el Norte, y entonces al invertir la visión geográfica y geopolítica de nuestro lugar en el mundo, podremos apreciar que somos una nación bioceánica, que somos parte del Cono Sur del continente, puente natural ostensible hacia los espacios antárticos y australes, fuente de recursos naturales y energéticos considerables y de creciente interés mundial (agua, gas...).  No tenemos derecho a considerar solamente a Chile como una realidad territorial "amarrada" a los límites que le imponen la cordillera, el desierto y el océano.  Chile es mucho más que estas "cuatro paredes territoriales" en las que nuestra mentalidad terrestre nos ha querido mantener: Chile es también un millon de chilenos dispersos por el mundo, es una red creciente de empresas chilenas insertas en la economía global y en mercados de los cinco continentes.

 

Estas son algunas de las posibilidades a las que Chile se abre a partir de su propia plataforma satelital.

 

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